El mundo al que nos enfrentamos desde el comienzo de nuestra filogénesis no coincide con los alcances de los cinco sentidos que nos ennoblecen. Los rituales primitivos presumían ya tal desproporción, motivo de la incesante curiosidad de nuestra inteligen
Por su configuración filogenética y porque el ser humano no se articula de nueva planta en cada época, podemos hablar de ciertos universales antropológicos, subsistentes a las metamorfosis de la sucesión biográfica y a la rejuvenecida aparición de sus formas de pensar. El hilo conductor de la dialéctica entre su permanencia y sus mutaciones es la serie no inventariable, pero realmente perceptible, de las experiencias asociadas al hacer, al valer, al poder, al sentir, en fin, al vivir y al convivir, que retoñan con resonancias actualizadas. Su incesante devenir justifica la tentativa de explorarlas e interpretarlas, una vez más, con el bagaje intelectual del que hoy disponemos.
La palabra convierte al ser humano en prototipo inimitable. Atributo singular, sin límites en la eficacia, ella es poder que rige la conciencia y el entendimiento, así como su herencia y conjunción. Hablar, en consecuencia, equivale a la incesante metamor