Un joven profesor de instituto. Una alumna especialmente atractiva. Y, de repente, cuando nadie lo espera, una denuncia por acoso sexual que los enreda a ambos y que convulsiona el instituto y a toda la comunidad educativa. Los comentarios, las malevolencias, los rencores, inevitablemente, estallan; y van enrareciendo el ambiente hasta límites insólitos. Pero nadie parece tener muy claro cómo se han desarrollado de verdad los hechos; o ni siquiera si ha habido hechos. ¿Qué ha ocurrido realmente en aquel instituto? ¿Es Pablo un sátiro o una simple víctima? ¿Es Sonia una maquiavélica lolita o una criatura desamparada? Muchos de los implicados tomas sucesivamente la palabra para explicar su versión de la historia y aportar su punto de vista. Pero, al final de la narración, tendrá que ser el lector quien emita su veredicto con los datos que ha ido entresacando de sus páginas.
Quizá por eso nos aferramos a la esperanza de que, al final, exista un horizonte de luz que nos acoja, nos absuelva y nos reconforte. Los protagonistas de estos relatos son seres heridos, cercados por el fracaso, la decepcion o el insomnio. Seres que han descubierto con tristeza que los tonos grises han empapado sus calendarios. Seres a quienes la lucidez ha desgarrado y que se acomodan como pueden a la resignacion o las lagrimas. Vivir, en ocasiones, es un ejercicio melancolico. Y todos los muros en que apoyamos la frente se transforman en muros de las lamentaciones.
Un profesor universitario de fama poco honorable (es engreído con sus colegas, despótico con sus becarias y demasidado cariñoso con ciertas alumnas) se ve envuelto en el dassosiego desde el día en que recibe un correo electrónico en el que se le conmina a cumplir unas órdenes. A partir de ahí, descubrirá que está siendo objeto de un espionaje imposible y de un chantaje que lo pondrá al borde de la locura.¿Quién y por qué está manipulándolo? Unos muñecos descabezados, una visita al cementerio y otros sucesos inquietantes irán cobrando sentido hacia el final de la obra, cuando descubra la identidada de su extorsionador...
Si a alguien se parece un buen lector es a los antiguos buscadores de oro que las películas nos han inmortalizado. Con paciencia y con una dedicación casi neurótica, va cribando la arena en su cedazo, creyendo siempre que va a encontrar una pepita asombrosa, redentora magica. Estas son algunas de las pepitas que el autor ha encontrado durante sus veinticinco años como lector.