Quizá por eso nos aferramos a la esperanza de que, al final, exista un horizonte de luz que nos acoja, nos absuelva y nos reconforte. Los protagonistas de estos relatos son seres heridos, cercados por el fracaso, la decepción o el insomnio. Seres que han descubierto con tristeza que los tonos grises han empapado sus calendarios. Seres a quienes la lucidez ha desgarrado y que se acomodan como pueden a la resignación o las lágrimas. Vivir, en ocasiones, es un ejercicio melancólico. Y todos los muros en que apoyamos la frente se transforman en muros de las lamentaciones.