El Rompimiento de Gloria es una novela de amor para algunos, o de guerra y aventuras, o incluso novela de ideas para otros.
Es tal vez todo eso y algo más, aunque menos explicable, como la irrupción
"A mis ochenta y tantos años reconforta mucho pensar en las tonterías que se dirán cuando me muera. Habrá artículos que alaben mi inteligencia versátil; otros criticarán veladamente mis cambios políticos. Pero todos los comentarios -los píos como los insidiosos- coincidirán en resaltar los constantes vaivenes de mi vida: la infancia aldeana, la militancia política de mis años estudiantiles, la Guerra Civil, el dorado destierro en Cambridge, la Guerra Mundial, el regreso a España cuando todavía eso no se llevaba, la parte activa que tomé en la vida cultural de los años sesenta y, sobre todo, el éxito de mi empresa editorial. Total, un paleto que se vuelve intelectual rojo, combatiente republicano, erudito en Cambridge, dinamitero, ensayista conservador y, al final, opulento hombre de negocios. Nadie sabrá que todas esas mudanzas fueron menudencias y fachadas, que el único vuelco de mi vida ocurrió un mediodía de junio de 1935, a 1.800 metros de altura, sin testigos. Por culpa de una moneda, o gracias a ella." Así empieza El rompimiento de gloria, libro en el que algunos lectores verán una novela de aventuras y otros una historia de amor. Pero acaso sea ante todo lo que su nombre designa: un haz de luz que rompe las nubes e ilumina un paisaje y una época azarosa donde tres vidas se cruzan.
Lo recuerdo muy bien, era un día de bochorno tropical cuando descubrí que no entendía a los nativos. Corría el verano de 1981 y yo acababa de volver a Madrid tras catorce años de ausencia. Los nativos eran todos españoles: altos funcionarios y politicos que hablaban de posicionarse de cara a tocarel tema en profundidad y en solitario. Por un momento crei haberme equivocado de reunion y estar en un congreso de pornografos pedantes, pero no, en esa sala caldeada se estaba hablando de politica exterior y los participantes eran casi todos viejos amigos mios, gentes honorables y sensatas. Me habia separado de ellos recien terminado nuestro paso por la universidad, los habia dejado hablando en cristiano y ahora me los encontraba parloteando en una jerga incomprensible. Yo seguia entendiendo a la pipera madrileña o al gañan andaluz y desde luego al campesino peruano o al peon costarricense pero ya no entendia a mis pares, a la crema de la intelectualidad española. Calle, humildemente tome notas, y de ese trabajo de campo, entre filologico y antropologico, nacio el Guirigay Nacional. Asi empezaba su primera edicion, de 1988. Esta de 2006, aumentada y corregida, tiene una doble razon de ser: los nuevos giros de la lengua son tan curiosos y a veces ridiculos?como los que surgian hace un cuarto de siglo, y estos a su vez, hayan o no arraigado, ilustran la regla de oro de la posmodernidad. Dicha norma continua en vigor y consiste en aspirar a la cacofonia perfecta mezclando a partes iguales la imprecision intelectual, la cursileria de los sentimientos y la fealdad en el campo estetico. El autor de estos ensayos cree, como creia Goya hace dos siglos al burlarse de los picos de oro, que en tales circunstancias la ironia sigue siendo la mejor replica a la estupidez.