SANTIAGO MAESTRO TERRAZAEl justicia de Aragón más astuto, sin lugar a dudas, fue Juan de Lanuza IV, llamado también "el viejo" o "el Zorro". Su hijo, Juan de Lanuza V, que fue decapitado, es quien mantiene el simbolismo de mártir por su defensa de las libertades aragonesas y de los Fueros, pero el oficio de Justicia Mayor de Aragón lo ejerció su padre durante mucho más tiempo y con gran sabiduría. Juan de Lanuza IV se había casado con Catalina Ximénez de Urrea, hija del Conde de Aranda. Poco antes había sido nombrado Justicia por Carlos I, el emperador. Desde aquel momento se dedicó, junto a su fiel lugarteniente Martín Baptista de Lanuza, a resolver la mayoría de los conflictos que provocaban los intereses particulares de la nobleza o el odio del Conde de Chinchón, valido de Felipe II, a todo lo aragonés. De los asuntos importantes salió siempre bien librado "el Zorro", aliñando sus actuaciones con refinado astucia. Llegó hasta el límite en sus relaciones con la monarquía absoluta, sabiendo lo que se jugaba en cada conflicto y poniendo los medios para ganarlo.
Juanjo, un joven periodista, recibe un extraño encargo de su tía: recoger por escrito retazos de su vida y darle una estructura biográfica. Lo que simplemente parece un entrañable ensayo familiar, se convierte, conforme avanza el relato, en una pesadilla de proporciones insospechadas.
No había necesidad de mirarlo dos veces para percibir en su plenitud aquel rostro tan atípico, más cercano al de un aguilucho que al de una persona normal y corriente. En su cara, todos los huesos pugnaban por hacerse notar, y algunos lo conseguian, aunque el que con mayor abundancia lograba sobresalir tanto en su largueza como en su indomable abultamiento era el apendice nasal: ¡una prominente nariz propiamente quevedesca! Novela desenfadada de entretenimiento.
Chafachorras y Pichorras en Zaragoza y provincia, Pichorretas por Huesca y alrededores, y Pichorrillas en Andalucía, fueron los apodos que tuvo este personaje tan singular. Una novela del siglo XXI que bien pudiera encuadrarse en aquellas lejanas y queridas picarescas del siglo XVI. Aunque si al autor de Pichorras se le propone encuadrar su obra dirá que no es una acuarela, y se quedará tan conforme. Quien se plantee la veracidad de la narración que nos ocupa o la del propio personaje, sólo tiene que empezar a leer y ya no le volverán a asaltar dudas tan trascendentales. Pichorras seguirá andando y desandando caminos por pueblos y ciudades, sin un Sancho que le acompañe y aconseje, hasta que recale inexorablemente en la capital de España. No habrá entonces más remedio que acometer otro proyecto titulado "La verdadera historia de Pichorras en Madrid".