Entre el gran número de sacerdotes que se refugiaron en las sedes diplomáticas, todos de alguna forma, se encargaron de levantar el espíritu abatido de sus compañeros de cautiverio, incluso se permitio celebrar la Santa Misa, utilizando para ello como altar, una silla, una maleta o un mueble. Por caliz se empleaba un vaso de cristal, repartiendose los fieles en grupos reducidos, pero el culto, pese a las coacciones no se interrumpio. Todas estas manifestaciones religiosas, las plasma y desarrolla en este libro nuestro sacerdote y profesor, Teodoro Cuesta, describiendo con todo detalle como se celebraban y de paso, dando un gran numero de nombres de personas refugiadas como el en el Liceo Frances.