Este libro cuenta, con fascinante detalle, la historia de cómo dos importantes familias europeas arraigadas en la tradición y la espiritualidad templaria aunaron esfuerzos para intentar crear una nueva comunidad económica en América, lejos del alcance de la Iglesia y del largo brazo de la Inquisición. Casi un siglo antes que los viajes de Colón, Henry St. Clair, conde de Orkney y señor de Roslin, puso su fl ota bajo el mando de dos hermanos de la famosa familia Zeno de Venecia y, en 1396, zarpó con ellos hacia América por el Atlántico Norte. Una vez allí, exploraron la costa nororiental de Norteamérica y se relacionaron de forma pacífi ca con el pueblo mi'qmaq del actual Canadá. Pruebas de sus viajes son las tallas de piedra de ambos lados del Atlántico, y se pueden encontrar evidencias documentales que han sido corroboradas por una sólida tradición oral que ha resistido los embates del tiempo. Los expertos en temas templarios Tim Wallace-Murphy y Marilyn Hopkins nos narran la convincente historia de las familias templarias pertenecientes al Rex Deus, desde el linaje señorial de los Ilustres St. Clair de Escocia. Digno de destacar es el modo en que siguen el rastro del legado de los viajes templarios a través de la formación de la fraternidad de la francmasonería hasta los padres fundadores de Estados Unidos, y el esbozo de la Constitución de este país. Con ello, exponen los hechos que hay tras las populares novelas aparecidas recientemente sobre este tema, y demuestran una vez más que la verdad supera con creces la ficción.
Bajo la hegemonía islámica, en pleno apogeo del imperio musulmán, las tres grandes religiones monoteístas —el judaísmo, el cristianismo y el islam— convivieron en relativa armonía, beneficiándose de un alto grado de tolerancia religiosa en un ambiente intelectual y artístico floreciente. en nuestro tiempo, sin embargo, la armonía ha dado paso a [a hostilidad declarada, y la aceptación pacífica ha sido sustituida por el ataque constante. La cultura y la religión islámicas se meten en el mismo saco y nuestros dos mundos se enfrentan violentamente. En medio de este clima de miedo y desconfianza, necesitamos que nos recuerden hasta qué punto compartimos un patrimonio espiritual común. yen occidente en particular nos conviene tener presente lo mucho que nuestra propia cultura le debe a [a fructífera tradición del islam. tim wallace-murphy recurre a la lectura atenta de las sagradas escrituras yal estudio de los flujos de intercambio cultural y comercial, las distintas corrientes de la antigua iglesia cristiana y [a historia de la guerra santa. sus conclusiones son: • los fieles de las tres grandes religiones monoteístas —los «pueblos del libro»— comparten raíces espirituales comunes y adoran a un mismo dios: el dios de abraham. • los cruzados cristianos aprendieron por primera vez la ética caballeresca de sus adversarios musulmanes y luego la trajeron a europa junto con un nuevo entendimiento de la integridad moral. • las academias musulmanas de al-andalus se convirtieron en el modelo de las nacientes universidades europeas, mientras que la primera escuela de medicina propiamente dicha la fundaron médicos judíos formados en el mundo musulmán. • la cultura islámica aportó a occidente la navegación, las matemáticas y la arquitectura gótica, además de cimentar las bases del renacimiento. Desde el florecimiento de la cultura islámica en la españa musulmana —verdadero faro de luz en la edad oscura de una europa caracterizada por la arrogancia religiosa y la persecución— hasta la caída de bizancio