De la misma manera que el naranjo amargo, nombre común del citrus aurantium, es un árbol de valor ornamental cuyo fruto posee una sabrosa pulpa ácida o amarga y un color naranja intenso en la madurez, este poemario destila un profundo sentimiento de amargura muy proximo a la elegia. No se trata tan solo de un poemario que lamenta y sufre la muerte de un ser querido, sino que describe con metaforas de rica factura todo el proceso de sufrimiento que las grandes perdidas dejan tras de si: la sensacion de orfandad, de impotencia, de soledad impuesta, de desasosiego, de desilusion e incluso de desamparo. Sin duda alguna, el lector aplicado vera igualmente en estos versos una reflexion sobre la gratuidad del dolor y la esterilidad del sufrimiento, asi como tambien sobre la necesidad de reinventarse del ser humano. El fin es tomar, aunque prestadas, esas alas de oro de la poesia tan necesarias para volar en pos de otros señuelos: del naranjo amargo tambien se extraen recordemoslo aqui el agua de azahar y la dulce esencia del neroli.Las ilustraciones son de Alberto Blecua, catedratico de Literatura del Siglo de Oro Español en la Universidad Autonoma de Barcelona.
Zamir BecharaEste libro es un relato fragmentario a través del cual su protagonista, el señor Viñas, un hombre culto de edad avanzada, repasa su vida pasada con su esposa Rosalina y su hija Ana. La novela se centra en el envejecimiento, uno de los temas a los que el hombre contemporaneo se enfrenta con mas horror que certidumbre. La vejez y la muerte se situan hoy en dia al margen del vitalismo individual y a menudo las clinicas de cirugia estetica, con sus liposucciones e injertos de bontax, las dietas de antioxidantes y los farmacos como el viagra no son sino maneras cotidianas de exorcizar el destino insobornable de todo ser humano al que mas tarde o mas temprano todos tenemos que enfrentarnos. Este Diario de un viejo terminal pone al desnudo esos y otros miedos que forman parte de la vida, sobre todo la de aquellos quiza no tan afortunados como para haber alcanzado el limite cronologico de los ochenta y tantos, cuando la experiencia vivida se amontona heterogeneamente, muchas veces sin la sintaxis del orden temporal ni la jerarquia que tuvieron. Para un viejo como el señor Viñas recordar no es pescar con caña un recuerdo entre muchos, sino lanzar la red en mar abierto: algun pez, por lo comun diminuto, se puede atrapar al final del crepusculo. Con los años la perspectiva de los recuerdos pierde su nitidez, los contornos se desdibujan; unas lineas divisorias entre categorias tienden a fundirse, otras a desaparecer, otras a metamorfosearse sustituyendo los recuerdos propios por otros prestados, ya sea de los libros, ya sea de la vida de los amigos y conocidos, o de todos a la vez. Hay, ciertamente, algo de impunidad en esos hurtos. Pero no importa; no es culpa nuestra, sino de la edad que tenemos, o de los achaques, esa sombra alargada y dolorosa tan propia de la vejez que nos conduce hasta la muerte. ¿Que nos queda tras ese saqueo silencioso que pacientemente practican los vandalos implacables de la senescencia? Recons-truir su historia vital, o lo que de ella queda, a partir del noble ejercicio de la escritura, vuelve a ser para el como ejercitarse en