Contra la semiología estructural de inspiración lingüística, que solo ve signos en el lenguaje (simbólico y articulado, por lo tanto, exclusivamente humano), Peirce nos ofrece una semiótica serial, pluralizada y abierta, que es una lógica general de las ideas, en la que todo es signo, y el signo remite a la totalidad del pensamiento (por lo tanto humano y más allá de lo humano). El pensamiento se bifurca en su expresión, que puede ir de un libro a una cabeza, y de esta a otra cabeza, a un objeto, incluso a un animal o planta, en una serie de interpretación infinita siempre por algo y para alguien.