¿Por qué los partidos políticos se empeñan, cada cual desde sus particulares coordenadas y como ocurre en otros muchos espacios cruciales para nuestra convivencia, en imponer modelos educativos que llevan inscritas su fecha temprana de caducidad en el reverso inconfesable de sus etiquetas? ¿Por puro electoralismo? ¿Por intereses de clase? ¿Por condicionamientos económicos? ¿Por inercia? ¿Para alcanzar la paz, de prisa (justificar la cartera del Ministerio), con la propia conciencia agazapada en lo hondo y oscuro de sus despachos? Todo, demasiado evidente, simple, en una crisis de civilización, un descoyuntamiento sistémico de la comunidad humana como el que está viviendo hoy el mundo.
Es justamente por eso, porque Educar a la intemperie ofrece un examen profundo de los males de la educación, de las dinámicas y estructuras sociales que pueden explicarlos y, por tanto, de los fundamentos imprescindibles que se necesitarían para organizar el proceso verdaderamente formativo del ser humano; porque va más allá de mutaciones sobre currículos y estrategias pedagógicas; porque, en definitiva, va a la raíz del problema, por lo que, desde que lo leí, estoy felizmente convencido de que nos encontramos ante un libro fundamental (yo diría que necesario) para reflexionar sobre todo lo que nos jugamos si no nos tomamos en serio la envergadura de la tarea.
Educar a la intemperie es un ensayo que pone el dedo en la llaga. La educación no es un acontecimiento que ocurra solo en la Escuela, ni siquiera solo en la Escuela y en la familia, con ser ellas instituciones imprescindibles para su realización. Educar es (o debe ser) una función inseparable de nuestra condición humana, de la persona en tanto que individuo y de la persona en tanto que animal social. La misión está completamente integrada en todas y cada una de las dimensiones del entorno o mundo en que nos desarrollamos como seres humanos. Si no comprendemos cómo se articula nuestra sociedad, cómo vive, cómo respira, cuáles son nuestros sueños, qué condiciona nuestra rutina en el ocio y en el trabajo; si somos incapaces de percibir el sentido (o lo absurdo) de nuestra trayectoria; si desdeñamos u obviamos el nuevo ántropos (ciberántropos, sería mejor decir) que se dibuja en la línea (cada vez más cercana) del horizonte, ¿cómo vamos a reformar la enseñanza pretendiendo conquistar las grandes palabras?