Un libro, de psicoanálisis en particular, tiene destinatarios, inconscientes por su eficacia, que
hacen escribir(les) como si fuese una tarea necesaria, imperiosa a veces, pero al mismo
tiempo placentera. Tanto aquellos que son interlocutores durante un período de la vida,
como aquellos de quienes se tomó prestada, en el hilo de lecturas y conversaciones, sin
saberlo demasiado, una idea, quizá suya, quizá no, que venía de más lejos aún, que uno u
otro lo supiese o no. Así, un escrito de psicoanálisis se hace con letras de amor, algunas con
destinatario, otras lanzadas al mar, con las que se paga el fruto de esa pasión -ahora
advertida, avisada- sin la cual, empero, hubiese sido imposible -ya que sólo tanática- la
extracción de las letras que revelan ser las de un recorrido analítico. Un libro de psicoanálisis
es la tentativa imposible de reunir lógicamente las cuestiones que nos dejaron -y nos dejanplanteadas
nuestros pacientes, que no sabíamos, no podíamos, o no debíamos -en ese
momento preciso- responder y el surco que dejó en nosotros nuestra propia lectura de los
textos fundadores.