Durante años he trabajado en la dimensión plástica de la penumbra en la que la noche brilla "más cierta que la luz del mediodía". Se trata de una luz que procede de un espacio interior, y no tanto del exterior. Mi trabajo persistente tratando de dibujar esa noche "yo sí conocía suficientemente bien a San Juan de la Cruz" podía descansar, tanto entonces como hoy, en aquellos grandes lienzos de Franz Kline. Una noche construida por temblorosos trazos sobre un espacio claro (entorno aéreo) que en ocasiones se transmutaba en aire entre las figuras iluminadas. Es una luz que emerge de las sombras, y que también quedaba patente en algunos de mis dibujos de Nueva York cuyo origen se sitúa en las imágenes de las estructuras metálicas de los puentes sobre el East River. Se trataba de un posicionamiento ante las cosas a contraluz, de una cierta "inversión" del mito de la caverna de Platón. Aquí la luz está de frente, cegadora, pero la presencia de un obstáculo interpuesto permite orientar hacia el foco luminoso la mirada. Hay un horizonte y un obstáculo.