Fausto Sánchez es un hombre íntegro. Una personalidad forjada en todo tipo de dificultades y sufrimientos. Miembro de una modesta familia trabajadora, tuvo una niñez muy desafortunada, como él mismo lo cuenta. Por su condición social, la escuela le cerró prácticamente las puertas; solo pudo aprender las “cuatro reglas”. Las necesidades económicas le arrastraron tempranamente a uno de los más duros trabajos de la industria: la minería del carbón. Y allá en las entrañas de la tierra encauzaba su innata rebeldía frente a toda injusticia, afiliándose al Partido Comunista. Se trataba de una firme decisión, de un compromiso de por vida con la defensa de los intereses de las clases trabajadoras, la democracia y la justicia social. Uno de los aspectos que quiero subrayar de su libro, y que habla del hombre ecuánime y de su visión integradora de la lucha social y política, se refiere a la importancia que atribuye a la lucha de las mujeres bajo la dictadura franquista; su imprescindible papel en el desarrollo de las grandes huelgas mineras y metalúrgicas. Siendo absolutamente cierta la extraordinaria lucha de las mujeres contra la dictadura en Asturias, no lo es menos que son más bien pocos los escritores que la valoran en la justa medida en que lo hace Fausto.