Muy pronto en mi vida (la frase es de Marguerite Duras) supe, no con la razón sino como se saben las cosas de la naturaleza, que yo vivía dos vidas: una visible y otra invisible. En la vida visible estaban mis padres, mi hermana, mi casa, la escuela. La vida invisible empezaba y terminaba con la lectura. En ella convivían ballenas blancas, castillos de Escocia, momias y pirámides, los caballeros del rey Arturo, un hombre naufragado en una isla desierta. No es, sin embargo, el nombre para un mundo imaginario infantil. El universo paralelo de la vida invisible continuó en el tiempo y llega hasta hoy como un espacio donde toman forma y se relacionan personajes, paisajes e ideas. Un lugar mítico, idealista, especulativo, que fue forjando una versión cambiante de mí misma y que se extendió y complejizó a medida que fui creciendo como lectora.