La violencia, como sus víctimas, tiene nombres. Las ciudades portan las cicatrices en calles y rostros, en fachadas, descampados y voces, en memoriales, plazas, museos y silencios. Sus hilos, sus cenizas, se extienden como humus en las superficies: «¿Sostienen nuestros pasos una materia de muerte a la que llamamos suelo?».
En 2007, Piedad Solans fue a Berli?n para entender, para escribir. Ljos como cenizas es el texto de sus paseos desde entonces por el reverso de la ciudad, a contrapelo de los espejos rutilantes de un mundo obstinado. Desandando el camino del conformismo, con afecto y espanto, en una perplejidad que no decae porque la animan la inteligencia y los libros, los ojos del texto se demoran en los fragmentos, en los restos de las violencias perpetradas en el siglo de Berlín, que perduran en nuestras calles. Hablan los ojos para rescatar los nombres de un olvido que asoma, destructor, en el filo del presente. Frente al silencio, irrumpe en la página la voz de tantas vidas vulneradas; también, el rastro documental de una barbarie que no termina. «Hay musgo, maleza, ramas secas en el bosque. Una catástrofe.»