El paraíso perdido es una de las patrias preferentes de la poesía. Quien escribe lo hace, en no pocas ocasiones, añorando un tiempo y un espacio que nunca, en realidad, le pertenecieron; un pasado urdido de felicidades vitales y estéticas en el que la sucesión de los años, en lugar de demoler, dota de brillo cada rincón de un escenario sin fisuras. Pero es justo en la grieta (y bien lo sabe Marina Casado) donde la mirada cobra sentido: es allí, en el ámbito de la ruina y la orfandad, donde la luz redondea su vocación de escombro. El mar se torna inquietud ilimitada, al unísono estática y voluble; el color se vuelve veneno para la pupila; toda melodía es noche; el alma vira al negro más profundo; el espejo se rompe en mil añicos irremediables y muestra la plata de un azogue condenado, sin fin, a la huida estéril. Ninguna tesela encaja en el eterno mosaico de la pérdida.Francisco José Martínez Morán