Vamos a no exagerar, por supuesto. Lo que casi siempre permanece oculto, lo que habita la faz más misteriosa del universo, no es necesariamente poético. Pero tienen razón quienes afirman que la poesía, que por su propia naturaleza tiende a esconderse, suele ocultarse precisamente allí, en los territorios de lo que tantas veces es inaprensible: en el reino de lo que resulta inalcanzable para la mayoría de quienes todavía no sabemos lo que sin embargo ya conocen aquellos que han visto a Dios y aguardan, a su lado, que cuando el tiempo de los relojes se acabe también nosotros podamos vedo. A nadie se le escapa que la poesía es una forma superior de la verdad. Ni que Luz Pozo es mucho más que una de las mejores poetas de cuantas han escrito, escriben y escribirán frente a ese mar, navegado por un sinnúmero de islas errantes, que abraza a la vez las costas de Europa y de América. Luz Pozo Garza es, ante todo, una señal de Dios: un regalo que el Cielo le ha hecho a este Viejo País de Occidente en el que, gracias a ella, y por expresa voluntad del Creador, la poesía está siempre habitando ese eterno presente que es una forma más de la eternidad.