A Miguel Yolene le horrorizaban las oscuras y peligrosas noches de contrabando en el postrer y alejado embarcadero del puerto, y su hermano Pedro el Mellao se avergonzaba de su parentesco, atraído por los pingües beneficios que le producían. A todas horas se veía siendo, en un futuro cercano, un gran traficante. Estaba convencido de que, por fin, iba a hacer realidad su deseo de poseer una lujosa Galeta y surcar el Mediterráneo en viajes de placer; desde el mar de Alborán hasta el Adriático.