Buena prueba de ello es su bibliografía, tan extensa como encomiable, en la que ha dado buenos repasos a toda esta literatura, plasmando en numerosas páginas el amor que siente por un género que, en resumidas cuentas, es para muchos de nosotros lo más importante. Como nos decían en la contraportada de su primera edición, Harry O’Halloran, bebedor implacable del mejor whisky de malta, editor de una colección de literatura fantástica, recibe por correo un libro que le abrirá de par en par las puertas del infierno y, al mismo tiempo, las de la aventura más descabellada. Amante de los misterios, O’Halloran viajará por el tiempo, descenderá al interior de la Tierra (porque el metro de Madrid lleva a cualquier parte) y rescatará (¿o no?) a su amada. Templarios, hadas, poetas, enemigos... Una novela que en su día pasó inadvertida, quizá porque somos demasiado cerriles como para ver lo que tenemos delante de los ojos y preferimos volver la vista hacia otro lado, pero que merece una lectura detenida. Martín Lalanda no es sólo un estudioso de los más preclaros (y lo es de verdad, sin modas ni grupúsculos que le acojan) que hay en este país sobre literatura fantástica, sino que, como novelista, está a la altura de sus propias inquietudes.