Enrique Andrés Ruiz nació en Soria en 1961. Es autor de algunos libros de poesía, entre los cuales, se cuentan: Más valer (1994), y El reino (1997). Su última entrega poética hasta la fecha fue Estrella de la tarde (Fundación Mainel, 200). Asimismo, ha escrito ensayos sobre cuestiones literarias y artísticas, recogidos en libros como: La visión memorable (Renacimiento, 1995), y Vida de la pintura (Pre-Textos, 2001).
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En otro lugar y en alguna otra ocasión anticipada en la que ha tocado decir algo de los poemas de este libro, su autor dijo que: "...por organizar un poco lo inorganizable, acabarán juntándose bajo unos titulillos que quizás den aire y respiro a la lectura, aunque esto no vaya a significar mucha distinción ni en tonos ni en asuntos, entre unos y otros. Primero, "Los retratos mendigos" los son de personas, o mejor dicho, de lo común y frágil, dependiente pero cierto, que muestran personas o seres cuando se manifiesta a lo más vivo su ser encarnado. Lo común, no lo general ni lo social ni lo numérico. "De lo uno a lo otro. Migraciones" es el enunciado para otras canciones o poemas en los que suele haber descrito una especie de itinerario, como una trashumancia o viaje parecido al anual de ciertos pájaros, generalmente entre un aquí y un allá que sólo la esperanza, inserta como está en la gramática que nos constituye, comunica tenaz, incorregible y quizás incomprensiblemente. "Con los vencejos" se refiere a un tipo de esos pájaros, y en esta parte van los poemas que casi no lo son, que son más bien casipoemas o decires, escritos o semiescritos sin afán de nombrar, ni pura ni impuramente; sólo por encontrarse con un lector con el que acordar estos dichos, o sea, en ocasión de apalabrarse con él, si esto fuera posible".
El oficio del aficionado a la pintura, según se dice en esta especie de libro, es "el oficio de vivir". Por eso la pintura puede ser una de las artes de la afición a la vida. Y de eso se trata precisamente aquí: de la diferencia entre una Historia o una Teoría y una VIDA DE LA PINTURA. Porque una pintura viva no trasluce, como lo hace una obra de arte histórico -y, del arte meramente histórico, el vanguardismo progresivo viene a ser su exacerbación- su condición de obra mejorable, progresivamente mejorable en la sucesión de las novedades expresivas. Lo suyo es consistir en algo sencillamente bueno, con el tipo de bondad firme y definitiva de una criatura. Y todo porque la pintura no arrancó de un relativismo escéptico de avances sucesivos, sino de una credulidad. El aficionado cree en la pintura; y sabe que, cuando él llegó al mundo, la pintura ya existía. Pero el mundo es, sin embargo, un mundo de lenguaje, y al lenguaje debe el aficionado acudir cuando quiera dar razón de sus afectos. Pero ese recorrido, de la afición a la reflexión, no puede ser andado a la inversa, o sea, de la reflexión (y ése es el pecado de los profesionales de la Historia, de la Filosofía o de la Sociología) al afecto. Esos otros caminos no parecen tener en cuenta que una pintura, como criatura que es, consiste en algo distinto de nosotros; que no es un espejo en el que nos podamos mirar, sino algo que nos mira, que nos hace responsables de lo que vemos, que nos muestra el vacío inmenso que somos y nos pide que le demos en él albergue y abrigo.