El Cetme, fusil de asalto del Ejército español, ha cumplido ya medio siglo de existencia al servicio de las Fuerzas Armadas. Prueba de su gran calidad y fiabilidad es que logró imponerse en la OTAN por encima de armas de otras nacionalidades. Los autores de este libro abordan su historia basandose, sobre todo, en el testimonio de uno de sus principales artifices, el general de Armamento Luis Wilhelmi, en un relato que enlaza la fabricacion de los primeros fusiles de asalto alemanes, diseñados en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, con el moderno HK-36, en servicio en España hoy dia. Tambien describen a la perfeccion los detalles de la composicion de los equipos hispano-alemanes, las armas similares de otros proyectistas que buscaban el mismo fin, asi como la ingeniosidad de las soluciones y el entramado industrial de la epoca que dieron como resultado el casi milagroso alumbramiento del prototipo inicial en 1951. A todo esto, añaden el estudio de las diversas variantes del arma y de sus municiones, que incluye referencias a su produccion industrial y a su empleo, desde la guerra de Ifni-Sahara de 1957 hasta la actualidad. Todo aquel que halla sufrido (o disfrutado) al fusil Cetme, bien por su relacion directa con el durante la mili, bien por las historias que haya escuchado, encontrara en estas paginas una ampliacion de sus vivencias y una guia profusamente ilustrada y con detalladas descripciones, que deja constancia de un compañero de varias generaciones de soldados.
Desde el comienzo de la guerra, los sublevados emplearon ciertos cañones de campaña y algunas ametralladoras de varios modelos y calibres, como improvisadas armas antiaéreas, con más efectos morales que materiales. En cualquier caso, los que a partir de entonces se denominarían Flits o Pichis, pasarían por la Guerra Civil Española como los cañones antiaéreos más numerosos en servicio en cualquiera de los dos bandos, no habiendo ciudad importante en la retaguardia nacional, y aún en algunos frentes, donde estos improvisados "cacharros" no dejaran su impronta y tranquilizaran a la población civil y a los combatientes, que se sentían algo más seguros frente a los ataques de la aviación republicana.