Jules Laforgue nació en Montevideo. A los seis años fue transterrado a Francia. A los 21 años consiguió el puesto de lector de francés para la emperatriz Augusta, esposa de Guillermo I, por lo que se trasladó a Berlín, donde vivirá cinco años y donde se casará con su profesora de inglés, muriendo poco después en París, a los 27 años. Aunque ya en las Complaintes inició sus audacias formales y temáticas, su verdadera revolución estética se inició con la Imitación de Nuestra Señora la Luna, prosigió con El concilio feérico y culminó en la docena de Últimos poemas, publicados el año de su muerte, con los que inagura la utilización del verso libre en la poesía contemporánea. En la gran revolución poética que la lírica francesa de finales del siglo XIX llevó a cabo, junto a Rimbaudel profeta, Verlaine el maldito, Mallarmé el hermético y Lautréamont el satánico, Laforgue, pese a su exilio perpetuo y a su muerte temprana, es un autor fundamental.
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"Lo propio de Laforgue es la ironía áspera, las actitudes falsamente desenvueltas, parapetado especialmente tras esa máscara de Pierrot lunar, tan patética e irreal. Las imágenes, las alegorías, los mitos incluso -en concreto el de la mujer, el del viaje y, sobre todo, el asombroso mito lunar- son, al igual que los ritmos y las sonoridades, la figuración fantasiosa de una angustia que se parodia tanto más cruelmente cuanto más intolerable resulta." Juan Bravo
Berlín, en 1881, sigue siendo una urbe grandiosa y militar, con un exceso de disciplina y de imperio y muy poco de lujo burgués dy de modernidad. a ella llega el poeta ácrata y disidente Jules Laforgue y en ella reside como lector francés de la emperatriz Augusta. La estancia no le será especialmente grata: el alemán medio le resulta incomprensible, la mujer desproporcionada, el vestuario intolerable, la estética inexistente, la vida y los espectáculos tediosos, el mal gusto irritante. Incluso la falta de modales en la mesa a Laforgue le parecerá imperdonable. La guerra franco-prusiana alimenta todavía un desprecio mutuo y una desconfianza que no quebrarán ni cinco años de permanencia, hasta 1886, año en que Laforgue escapa, a sólo uno de su muerte.
Bajo el título Le sanglot de la terre (El sollozo de la tierra) pensó Jules Laforgue -Montevideo 1860/París 1887- recoger toda su poesía de juventud, compuesta entre los años 1880 y 1881; sus poemas filó -complétese filosophiques- como a ellos solía referirse en su época de bohemia parisina, y de frecuentación de los cenáculos simbolistas como el de Les Hydropathes, por los mismos días en que Mallarmé inauguraba las sesiones de sus "martes". Escritos aún bajo la influencia de las visiones cósmicas de Hugo, o de los efectos del esplín baudelairiano, estos poemas son una buena muestra de ardor juvenil, con sus desmesuras y sus intuiciones, entre los que intenta abrirse paso una voz propia -amarga y bufonesca- que aún tardará algún tiempo en manifestarse en la plenitud de Les complaints y sus obras posteriores, que hacen de Laforgue un referente de la poesía moderna. Aunque el poeta de los pierrots y de la luna, instalado ya como lector de francés de la emperatriz de Alemania, no llegó a dar a la imprenta estos primeros poemas, nunca se deshizo de ellos, y el libro en proyecto ha podido ser aproximadamente reconstruido por sus estudiosos. Valga esta selección como una muestra de la formación de una voz genial.
Un libro más; oh nostalgias Lejos de gentes tan zafias, De dinero y de buenos días, Lejos de nuestras fraseologías. Otro de mis pierrots se ha muerto; Muerto de un crónico orfelismo; Érase un alma llena de dandismo Lunar, en un curioso cuerpo.
El nombre del poeta francés Jules Laforgue (1860-1887) está vinculado al movimiento conocido como «decadentismo», que mantiene estrechas relaciones con el simbolismo. Es Laforgue quien da una forma poética al espíritu decadente. En la mayoría de los decadentes —y en especial en Jules Laforgue— se detecta el sentimiento de haber nacido demasiado tarde. Imposible volver a Victor Hugo. Hay que liberarse de su influencia. Hay que hallar nuevos caminos. Todos se muestran de acuerdo a la hora de despreciar el siglo en que viven, pero nadie puede poner en duda que ese siglo ha producido obras admirables, incluso para ellos mismos. En 1885 aparecía el primer libro de poemas de Laforgue con el título de " Les Complaintes " , mostrándose ya como un poeta original y plenamente atractivo con tan sólo veinticinco años. El paso estaba dado. Laforgue había hallado su camino, su verdadero camino; una forma de expresión que definía una estética vanguardista y renovadora. Su verso, a menudo dislocado, es la imagen de una naturaleza vibrante e inestable. En su lenguaje se mezclan los términos triviales y los términos raros, los tópicos y los neologismos, todo ello en un intento de reflejar el desorden de un pensamiento que no logra liberarse de sus obsesiones.