Los cinco textos de El defensor proyectan una misma actitud moral y cultural sobre una variedad de asuntos: la defensa de la carta y de la correspondencia epistolar; la defensa de la lectura fértil y reposada; la defensa de la capacidad creadora de las minorías literarias; la defensa de los viejos analfabetos que han renunciado a su capacidad de lectura; y la defensa, finalmente, del lenguaje, instrumento prodigioso para la expresión del propio ser y la convivencia con el prójimo.