Una declaración de amor a los traductores y a la traducción de parte de uno de los mayores bibliófilos de nuestra era.La reencarnación de un texto en palabras que no son las originales es quizá una de las mas eficaces pruebas del poder creativo del lector. La traduccion es la forma mas profunda y minuciosa de lectura. Penetrar en un texto, desmontarlo, reconstruirlo con frases que obedecen a las expectativas de otros oidos y de otros ojos es darle nueva vida. De esa manera, el texto se vuelve ahora mas consciente de sus engranajes y de su deuda con el azar y el placer. Por eso elijo hablar aqui de traduccion a partir de fragmentos que el propio original desatiende, o rechaza, o de los que se averguenza; todo aquello que queda expuesto (como dice Don Quijote) en el caotico enves de un tapiz.Me parece que el traducir de una lengua en otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el reves, que, aunque se veen las figuras, son llenas de hilos que las escurecen, y no se veen con la lisura y tez de la haz; y el traducir de lenguas faciles, ni arguye ingenio ni elocucion, como no le arguye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel. Y no por esto quiero inferir que no sea loable este ejercicio del traducir; porque en otras cosas peores se podria ocupar el hombre, y que menos provecho le trujesen. Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha.