La comunidad, como expresión de la misma Iglesia, es sacramento de unidad, es decir, signo de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo género humano. Somos comunidad en la medida en que nos amamos en Cristo. Este amor no se basa en el temperamento, ni en ideologías, sistemas, gustos, modas, originalidades y caprichos, sino en dar la vida como Jesús.