Quiero aprovechar este tiempo de encierro en la prisión para contar algo que lleva muchos años encerrado en mi pecho, quizá demasiados, y no quisiera que se perdiera para siempre. Quiero contar un sueño lejano, una lejanía que se pierde más allá de la inmensidad del océano y más allá de un tiempo pasado que se fue para siempre, y ya no volverá nunca más.
Quiero transmitir un anhelo de justicia y solidaridad para que los seres humanos dispongamos de lo nece-sario para vivir con dignidad. Por muy diferentes que nos parezcan otras personas porque viven en los con-fines del mundo, no podemos considerarlas ajenas, ya que lo que le sucede a una de ellas nos sucede a todos. Aunque no lo sepamos o no queramos saberlo, todos estamos conectados por un hilo invisible que nos une para siempre.
Y, por último, quiero prestar mi voz a los invisibles, a los seres sin rostro, a los miles y miles de inmigrantes ilegales que han viajado en patera y todavía hoy lo si-guen haciendo jugándose la vida. Y, sobre todo, a las personas anónimas que han quedado sepultadas en el fondo del mar, convirtiendo las aguas del sur de Euro-pa en un cementerio marino de proporciones descono-cidas. Quiero que el eco de mis palabras llegue a todos los rincones, a todas las personas, y que retumbe con más fuerza aún en las conciencias adormecidas de los gobernantes, para que esto no suceda más.