El anterior libro de Juan Carlos Gea (El temblor, Trea, 2005) planteaba una reflexión poética acerca del mal y una defensa de la poesía ante la desafiante presencia de una ruina. Tres años después, Occidente parte del paisaje cotidiano de una ciudad europea, costera y bimilenaria para levantar en tono tentativo, casi ensayístico, una compleja alegoría sobre la historia contemplada como acúmulo de ruinas. Impregnado de un espíritu barroco y en diálogo con textos fundacionales (la Epopeya de Gilgamesh, la Divina Comedia), este largo poema se cuestiona también algunas de las nociones y símbolos centrales de la cosmovisión occidental y se hace eco crítico de acontecimientos recientes como la invasión de Irak. En equilibrio entre la horizontalidad de un presente incierto y la verticalidad inestable del tiempo histórico y escatológico, Occidente insiste en una apuesta por una poesía total, en la que concepto, lenguaje, imagen, musicalidad y arquitectura adquieren el mismo peso. Sus versos tejen con los mimbres de la melancolía, la ironía coloquial y el juego retórico un clima de fin de época sobre una clave barroca: "La naturaleza lleva 'historia' escrito en el rostro con los caracteres de la caducidad" (Walter Benjamin).
Una conmoción del pasado –la que provocó en la Europa ilustrada la destrucción de Lisboa por el pavoroso terremoto del día de Todos los Santos de 1755– y una conmoción del presente –la de un espectador ante los escenarios de ese mismo desastre, 250 años después– suministran el contrapunto sobre el que se levanta El temblor, poema unitario en el que conviven los registros narrativo y épico, meditativo y descriptivo, dramático y paródico, sustentados sobre una concepción del poema tan atenta al ritmo y a la musicalidad como al concepto y a la arquitectura.Buscando la continuidad de una tradición que va desde el Antiguo Testamento hasta cierta poesía del siglo XX y la proximidad de otros lenguajes artísticos –música, pintura, cine–, El temblor replantea una vez más desde el lenguaje poético las preguntas sobre el mal y el sufrimiento, plenamente abiertas y vigentes dos milenios y medio después del libro de Job, y les opone una justificación de la poesía como respuesta a esas mismas cuestiones. Una respuesta frágil, insuficiente y muy modesta, pero también irrenunciable.
Es posible ver la ciudad en la que se vive con los ojos del viajero. Y es posible, a partir de esa mirada, habitarla de un modo distinto, con una actitud que desafía los hábitos y la rutina. Esa es la convicción de la que parte Viajero en Gijón, un libro en el que dos foriatos que llevan muchos años afincados en la villa de Jovellanos (el fotógrafo ovetense Carlos Casariego y el escritor albaceteño Juan Carlos Gea) se confabulan para mostrar cómo toda ciudad, incluso la propia, encierra un viaje interminable. A partir de la experiencia cotidiana de dos vecinos que pasean, exploran, aman o cuestionan el lugar donde habitan (pero siempre con los ojos abiertos y en disposición a la sorpresa) los autores ofrecen una visión muy distinta a cualquiera de las precedentes: intensa, poética, apegada a cada uno de sus rincones y sus objetos, y al tiempo capaz de distanciarse de ellos para contemplarlos como un recién llegado. Viajero en Gijón no es una historia, una guía, una colección de postales comentadas ni un ensayo ilustrado: es un atlas personal en el que fotografías y escritura, en pie de igualdad, invitan a cada lector a emprender su propio viaje y trazar su propio mapa del lugar en que habitan. Gijón o cualquier otro
Doscientos años despues de su muerte, Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) sigue constituyendo el mejor compañero para recorrer la apasionante historia del XVIII español desde la recepción de las Luces hasta los albores de la contemporaneidad. Pero su singular figura no solo recoge y refleja toda la luz de su tiempo, iluminando la comprension de su contexto; mas alla (y mas aca) de ese valor historico, de su estatuto de clasico y de la disputa de su legado como origen de posiciones ideologicamente muy diversas, Jovellanos permanece como un referente intelectual, politico y moral al que los siglos no le han restado vigencia. Al contrario. En un tiempo, el nuestro, tan convulso e incierto como el que le correspondio vivir, sus virtudes refuerzan su condicion de modelo para encarar el futuro con ambicion ideologica, lucidez e integridad personal, instinto practico, flexibilidad disciplinar y un inquebrantable sentido del bien publico. Como modelo, en definitiva, de ciudadania racional, participativa y responsable. Esta biografia directa y legible aspira a transmitir al ciudadano del siglo XXI la herencia de una de las luminarias de la tradicion ilustrada de cualquier tiempo, siguiendo paso a paso la andadura de un hombre que, con todas sus contradicciones pero tambien con to