En contra de lo que suele creerse con buena o mala fe, el diálogo no es una negociación de ajuste de intereses ni un convenio social o político de ocasión. Tampoco un ejercicio de comunicación trivial o de intercambio de noticias, ni siquiera una conversacion estimulante, que es ya mucho en una epoca de informacion plana e inabarcable, cuando no trucada ideologicamente o distorsionada por la propaganda. Pertenece al orden de la razon discursiva o argumentativa, tan raro y excepcional en un tiempo en que el mundo vital, sobre el que se habla, es cada vez menos apalabrado, menos com-partido. Este ensayo es una prueba de las exigencias intelectuales y morales que comporta la actitud dialogica. A Socrates le debemos la leccion inmarcesible de que el dialogo es, conjuntamente, el estilo propio del pensamiento y la forma de vida de la ciudad. Todas las disposiciones racionales han ido madurando en el pneuma de la palabra compartida, como el aire que se respira en comun. Y esta finalidad del acuerdo intersubjetivo, cada vez renaciente, constituye el presupuesto inexcusable de una vida humana con sentido. Si este estilo se corrompe, si degenera bajo las diversas formas de la direccion de masas y el control social, si desfallece ante la magnitud educativa de su tarea, se juega tambien a una la suerte del pensamiento libre y de la ciudad democratica.En este ensayo se analiza el dialogo en su vertiente historico-filosofica a lo largo de sus vicisitudes y transformaciones desde Platon y Aristoteles a Kant y Hegel, y muy especialmente en las corrientes contemporaneas del pensamiento: la Fenomenologia (Husserl y Merleau-Ponty), la Etica (Levinas), la Hermeneutica (Heidegger, Gadamer, Ricur) y la Teoria critica (Apel, Habermas). Aborda igualmente la vertiente sistemica de sus fundamentos: el sujeto carnal, la diada yo/tu, el reino del entre-dos, verdad y comunicacion. Despliega, en fin, la figura de la existencia dialogica en una doble dimension: en cuanto logos discursivo del acuerdo posible y como ethos del reconocimiento reciproco y la amistad civil. En suma, la razon civil, que no es distinta de la capacidad o virtus politica, no consiste mas que en el arte de la convivencia sobre el supuesto de la comunicacion.
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